Si algo tenían los romanos, es que les gustaba hacer muchas cosas en grupo. Quizá por eso acabaron formando el mayor y más poderoso ejército del mundo no solo en su época, sino también si lo comparáramos en las diferentes eras históricas; o fueron los creadores del concepto de «megalópolis«, que convirtió a Roma en la primera ciudad de esas características, creando capitales a su imagen y semejanza por todo el imperio; o inventaron las viviendas que siglos después serían conocidas como casas vecinales, en las que en un mismo edificio podían encontrarse diferentes núcleos familiares, que compartían algunos espacios comunes; o fueron los que acuñaron el término lupanar, que como todos sabemos acabaron siendo lo que conocemos como puticlubs de toda la vida… Y todo esto, como ves, se hacía de forma común, sin olvidar su mayor contribución al sexo en grupo: las orgías.
La prostitución en la antigua Roma no era cosa de risa, ni tampoco de vergüenza; de hecho, era un negocio de lo más lucrativo. No era deshonroso ni degradante hacer uso del servicio de prostitutas, siempre que se realizara, en palabras de los contemporáneos, «de forma mesurada», como cualquier otro negocio del sector servicios, que diríamos hoy. Estas profesionales del sexo por dinero podían ser mujeres libres, bien que practicaran ellas mismas la prostitución, o alquilaran habitaciones para que otras la ejercieran (lo que sería una proxeneta), y que según la categoría social de sus clientes y sus habilidades sexuales podían convertirse en ricas cortesanas; aunque también existían lo que se conocían como esclavas sexuales, mujeres que no eran ciudadanas del Imperio Romano o que habían perdido su libertad, y que eran compradas y vendidas para practicar sexo con sus amos en la intimidad del hogar.
Sin embargo, nada de esto se hacían de tapadillo; e incluso se sabe que los burdeles eran tan apreciados y necesarios, que los más boyantes podían encontrarse en los centros neurálgicos de las ciudades, cercanos a templos, plazas, mercados, palacios y edificios administrativos, donde se reunían gran parte de los habitantes del lugar, y los más influyentes. Y en los barrios de más alcurnia, no era extraño encontrar cada pocas viviendas una de estas «casas» de descanso, donde se realizaban los tratamientos más exclusivos y se era atendido por las meretrices y cortesanas más bellas, delicadas y habilidosas.
Como ves, nada que ver con la actual situación de las putas, en las que incluso el nombre ya da idea de la situación en que se encuentran estas mujeres, con connotaciones totalmente peyorativas y negativas. A día de hoy, no solo hace a una mujer merecedora de ese término el ejercer la prostitución, sino todo un compendio de actuaciones que la sociedad piensa que no es correcta; como los de zorras, cerdas y guarras, todos a una. Se ve que si eres una tía a la que le gusta practicar sexo en abundancia, no siempre con la misma pareja, y que no tiene prejuicios en cuanto a prácticas y gustos, no mereces ser considerada una mujer digna; aunque, por otra parte, me gustaría añadir, ¿no es eso precisamente lo que le gusta a los tíos, el otro 50% de la sociedad? Porque está claro que estos apelativos tan sonoros son los más leídos y escuchados en las webs por videos porno, que visitan cada día millones de personas; y de hecho, cuanto más tremendo, ofensivo y exagerado es el apelativo, más atractivo resulta para todos esos cibernautas que andan buscando porno gratis por internet.
Y es que ya no se trata solo del debate sobre pornografía, ni siquiera sobre prostitución; está claro que hace más de dos milenios, el ser humano tenía una mente más abierta, aunque sea porque aceptaba y normalizaba todo lo que la sociedad demandaba para funcionar como funcionaba. La prostitución era legal siempre que no se sobrepasaran ciertos límites, que estaban bien tipificados en el derecho romano, la cuna de todos los sistemas judiciales del mundo; y si hablamos de pornografía, bien es sabido que los mosaicos encontrados en muchas ruinas romanas demostraban que la vida sexual de los romanos estaba bien impresa en las paredes de sus casas, donde no se consideraban algo obsceno y que era aceptado como una faceta más de la vida diaria.